Hasta hace algunos unos años muchas organizaciones no visualizaban que la exposición al riesgo en todas sus formas se podía gestionar y sobre todo de que una gestión adecuada contribuía a mejorar resultados.
Si bien es cierto, la conceptualización y tratamiento del riesgo como lo conocemos actualmente, se inicia en 1921 con la publicación de la famosa tesis “Riesgo, Incertidumbre y Beneficio” de Frank Hyneman Knight, economista que dirigió el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago del 1920 hasta finales de 1940, existen aún organizaciones que mantienen una actitud reactiva frente a la gestión del riesgo.
La función de gestión de riesgos en las entidades bancarias ha ido creciendo durante las últimas tres décadas hasta el punto de haberse convertido en una exigencia regulatoria. Diferentes organismos internacionales han venido publicando guías y recomendaciones que han ido sucesivamente dando forma a una función que ahora se considera imprescindible.
La gestión del riesgo, hoy en día debe cumplir con la normativa de los reguladores, que por la globalización y estandarización de los mercados adoptan parcial o totalmente las recomendaciones de Basilea. Pero, gestionar el riesgo va más allá del cumplimiento normativo, su visión debe ser estratégica y tener una visión más proactiva que reactiva, buscando desarrollar ventajas competitivas que sean sostenibles en el tiempo, aprovechando que el desarrollo actual de la tecnología permite mayores capacidades de almacenamiento y velocidades de procesamiento.
Las metodologías de gestión de riesgos que para algunas clases de riesgos se mantienen de una manera cualitativa por su periodo de maduración y para otras ya se encuentran en una fase de gestión cuantitativa, deben tratarse de manera integral teniendo en cuenta que todas afectan resultados y también consumen capital, no perdiendo de vista las consecuencias de duplicar su impacto cuando estas se interceptan.
Gestionar los riesgos permite minimizar nuestra exposición a ellos, pero con riesgos que no tengamos bien identificados poco o nada podremos hacer, sobre todo bajo el objetivo de actuar preventivamente, por ejemplo, como lo sucedido con la Pandemia del Covid 19 que estoy seguro nadie la tenía ploteada en su mapa de riesgos.
Las metodologías cuantitativas de gestión del riesgo han evolucionado a largo de los años permitiendo que la cantidad y calidad de datos disponibles hoy nos permitan obtener resultados más aproximados a la realidad, algo muy valioso para los tomadores de decisiones, que a veces se enfrentan a alternativas tan ajustadamente que con este nivel de aproximación con la realidad tendrá mayor confianza.
Los desarrollos han ido más allá de un área de gestión de riesgos dentro de las entidades: los organismos y sus autoridades han impulsado la adopción, por parte de toda la organización, de una cultura de riesgos sólida sustentada en 4 pilares:
Directivas top down: El consejo de administración y la alta dirección deben ser los puntos de inicio para establecer los valores y expectativas de la cultura de riesgos.
Responsabilidad: Los empleados de la organización deben conocer la cultura de riesgos de la entidad, conocer el impacto en los riesgos que su actividad genera y sentirse responsables por ello.
Comunicación efectiva y racional: Una cultura de riesgos sólida debe impulsar un ambiente de comunicación abierta y un cuestionamiento razonable que tenga en cuenta diferentes puntos de vista en la toma de riesgos.
Incentivos: Los incentivos deben apoyar los valores y la cultura de riesgos en todos los niveles de la organización.
Los reguladores han venido incrementando su interés por la idoneidad de la gestión de riesgo que realizan las entidades, exigiendo cada vez más metodologías de trabajo más robustas y coherentes.
Finalmente, la Gestión Integral de Riesgos es hoy ya una necesidad estratégica siempre y cuando nuestra visión sea proactiva.
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